ABANDARO

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Jorge Gulías Merelles

 

 

Me pongo el casco, voy a viajar. Todo parece estar igual que ayer, pero hoy voy a invertir el tiempo y regresaré a 1971. Me preparo mentalmente para el viaje, no puedo llevar nada material en el enlace temporal. Me siento frente a la máquina y conecto los puertos al dispositivo que llevo en la cabeza. Activo la trasferencia crónica y el aparato, sus cables y toda la realidad desparecen con un destello cegador.

 

Estoy en Avandaro, aparecí en una tienda de campaña que un compañero preparó anteriormente para mí. Salgo y siento la fría humedad de la lluvia por todo mi cuerpo, ¡olvidé vestirme! Entro a la tienda y agarro unos pantalones de pana y una camiseta que también me estaban esperando. Llegué a tiempo, apenas tocan los “Dug Dugs”.

 

El ambiente está cargado de aromas, pero predomina el olor a la marihuana quemada. Fuman porros con toda libertad. Parece que se hayan ya olvidado del incidente de Junio. Da igual, yo tampoco estuve ahí. El gobierno de Echeverría podría echarles encima al ejército, como lo hiciera su antecesor en el cargo tres años atrás. Yo sé que no lo hará y ellos gozan como si también lo supieran.

 

Las actuaciones se suceden, un grupo ofrece una camiseta de regalo a la primera muchacha que suba y se la ponga delante de todos. Sí claro, cualquiera lo haría. No aquí en México, después de un buen rato en que pareció que no iba a subir nadie una joven a la que el premio justifica el desnudo sube por ella y nos enseña a todos sus tetas. Considerando la época y el país, fue un acto muy valiente por su parte. Se pensaría que iba a recibir una rechifla general, pero la gente estaba estupefacta. He venido ya tres veces a este 11 de septiembre, pero aún no he comprendido porque aquí los prejuicios parecieron no nublar las mentes de los jóvenes.

 

Todo está oscuro, el momento del apagón ya llegó. El grupo sigue tocando, pero “la banda” no escucha nada. Tras un angustiosos momento de silencio, del escenario surge el ritmo percusivo de unas congas. La gente empieza a bailar, a cantar o se sienta a oír. Todo vuelve a la relativa calma de antes.

 

Cuando la energía eléctrica regresa tengo frente a mí y en todo su esplendor a “La Encuerada” de Avandaro. No sabe que está haciendo historia con su breve desnudo, el simple hecho de bailar desnuda frente a miles de personas la mantiene en el recuerdo de muchas de ellas.

 

Ahora todos entonamos “Marihuana”, un himno a la planta que arde por nosotros. Hay un individuo gordo ataviado solamente con una manta que lleva encima de los hombros y alrededor del cuerpo. De vez en cuando la abre y hace que casi todos apartemos la mirada, pero nadie le dice nada, aquí está en todo su derecho de andar desnudo si le place. El también es un encuerado de Avandaro. Cerca de las siete de la mañana llega la hora de oír al “Tri” Yo ya llevo demasiado tiempo en esta era, vuelvo a la tienda en la que primero aparecí para reclamar el casco que es mi boleto de regreso a casa. No está vacía, mi compañero está fornicando con una mujer de la época, espero que sea una mujer. Sus respiraciones entrecortadas indican que ya le queda poco tiempo al acto. Me subo a un árbol cercano y los espero desde arriba. Desde mi nueva ubicación veo gente bañándose desnuda en un río cercano. Eso me recuerda que no puedo llevar la ropa en el viaje de regreso, así que me la quito y la tiro encima de mi compañero, a ver si se apura. Finalmente salen y descubro que no es mi compañero el que sale. Me equivoqué de tienda. Aún así me asomo y veo que el casco me espera adentro. No me importa quienes fueran, el dispositivo sigue ahí. Me lo pongo y establezco la conexión con el futuro.

 

 

 

 

ãJORGE GULÍAS MERELLES