El loquero no daba crédito a lo que acababa de oír. La esposa de su cliente de las cinco de las cinco de la tarde acababa de llamar por teléfono. El motivo de su llamada fue avisar sobre la defunción de su marido ya agradecer al psiquiatra por sus servicios.

 

 Resultó que el hombre, aburrido de una vida de vicio y adulterio decidió tirarse por el balcón de hotel donde le puso por última vez los cuernos a su mujer.

 

 Entonces recordó su última conversación con Daniel, que así se llamaba el hombre. Y en su mente sonaba la voz de él diciendo:

 

  ¾Llegué a la Universidad poco después de las 5 y le dije a mi secretaria que no me pasara llamadas ni visitas.

 

 <<Estaba yo esnifando coca sobre mi escritorio cuando irrumpió en la oficina un maestro de filosofía que había venido de Tabasco a dar clase este semestre. No sé que me dijo sobre el uso de las drogas en el campus y sobre su alojamiento en la capital. Lo mandé a “cantar a Sumatra” y le dije que de todos los profesores de la institución él era el más pendejo.>>

 

  <<Me contestó “gracias por la flor, ya vendré por la maceta”. Salió de la oficina y bajó corriendo las escaleras, llorando. No en vano soy el rector, y a mí los maestros no me vienen con mamadas, y menos los de fuera. “De bajada hasta las piedras ruedan”.>>

 

 <<Regresé a casa y mi pinche vieja me avisó que está embarazada. ¡Ah, chinga! ¡Si no hemos cogido en más de un mes! No, si a mí no me va a ver la cara de pendejo. “Nomás deja que el niño nazca, él dirá quien es el padre”. Le di unos cuantos vergazos para que viera que iba en serio y la hice que me la mamara para no lastimar al niño.>>

 

 Era obvio que necesitaba atención psiquiátrica, pero no se había podido hacer mucho en menos de tres sesiones.

 

 El motivo de su suicidio no fue nunca totalmente aclarado, pero su mujer siempre apareció en la opinión pública como la culpable material. La última amante de Daniel apareció muerta de cuatro tiros a quemarropa y él logró hacer desaparecer la pistola antes de saltar al vacío.

 

 Como la de las cinco era su última sesión del día, se tomó el resto de la tarde libre y regresó a su casa. El cadáver disecado de su hermano lo estaba esperando.

 

 

 

ãJORGE GULÍAS MERELLES